“Ismar de Oliveira Soares”.
Las prácticas educomunicativas, empiezan a movilizar grandes estructuras, uno de los desafíos es la formación de los educomunicadores y el otro es la garantía de coherencia de sentidos frente a las contradicciones por enfrentar en la práctica.
En su participación en el libro Comunicación-educación, coordenadas, abordajes y travesías, Jorge Huergo, al final de su texto, considera como restricto el horizonte que recorta la interfaz entre los dos campos a conceptos como “educación para la comunicación” o “comunicación para la educación”, traduciendo, este último, un esfuerzo en el sentido de “escolarizar la comunicación” o “tecnificar la educación”.
Lo que pretenden los educomunicadores es el reconocimiento del valor estratégico de la lucha por la libertad de la palabra, como una utopía que se concreta en acciones efectivas en los distintos espacios educativos.
Comunicación/educación es siempre política en cuanto institución de la democracia como régimen del pensamiento colectivo y de la creatividad colectiva; es proyecto de autonomía en cuanto liberación de la capacidad de “hacer pensante”, que se crea en un movimiento sin fin (indefinido e infinito), a la vez social e individual; es posibilidad radical.
Entre los “valores educativos” que dan soporte a las “articulaciones” ejercidas por el profesional de este nuevo campo, se destacan: a) la opción por aprender a trabajar en equipo, respetando las diferencias; b) la valorización de los errores como parte del proceso de aprendizaje; c) el amparo a proyectos dirigidos a la transformación social; d) la gestión participativa de todo el proceso de intervención comunicativa.
La utopía de la recepción calificada.
Distintas vertientes han caracterizado la práctica de la educación para los medios: desde una visión cerrada, vertical y moralista (el maestro enseña lo que debe ser visto y consumido por sus alumnos a partir de determinada concepción de orden filosófico religioso o moral), pasando por una perspectiva culturalista y escolarizada (los medios son parte de la cultura, por eso objeto de conocimiento), hasta llegar a una postura dialéctica más común en la práctica de movimientos sociales (el receptor analiza los medios a partir de su propio lugar social, económico y cultural).
El diálogo intra-muros
En el texto “Prácticas educomunicativas: miradas sobre lo inacabado” de 2005, Emanuel Gall, de la Agencia ConoSur de Argentina, caracteriza como “educomunicativa” la postura inherente a la manera como el movimiento social intento diseminar la educación popular en el continente.
La comunicación y la educación son concebidas como actividades grupales, donde antes que nada hay un grupo que dialoga consigo mismo y en la que se atribuye al educador (comunicador) el rol, no de transmitir un conocimiento acabado e irrefutable, sino el de facilitar y ayudar al grupo a compartir el conocimiento que tiene en su interior y a tomar del mundo nuevos conocimientos.
En el texto de Gall, la orientación para ampliar el ámbito de la práctica llega a través de Gabriel Kaplún, quien habla tanto de la necesidad de “convivir con el otro”, cuanto de “partir del otro”: “Los saberes y las perspectivas del otro cuentan, en este sentido, con un considerable nivel de utilidad en el proceso educativo. Son los verdaderos datos duros de los cuales se parte”.
Desde la perspectiva educomunicativa, forma parte de las cualidades propias del educomunicador la capacidad de identificar en los actores no solo la dimensión reproductiva de las estructuras opresivas internalizadas por el sometimiento cotidiano a las reglas del sistema, sino también las potencialidades creativas que nos ayudan a superar lo instituido y que nos permiten imaginar nuevas dimensiones de instituciones que nos atraviesan, como colectivo y como individuos.
En dirección al diálogo con el otro –personal o institucional–, en la misma búsqueda por la autonomía y libertad de la palabra, el concepto de educomunicación se usa para designar la búsqueda de articulaciones colectivas y dialógicas en función del uso de los procesos y herramientas de la comunicación, para garantizar el progreso y el desarrollo humano (Alejandro Barranquero, de la Universidad de Málaga, España, en un artículo para la revista Comunicar (2007)).
El autor dibuja el perfil del educomunicador en estos espacios: además de una sensibilidad cultural especial para abordar los problemas del desarrollo, el nuevo comunicador deberá disponer de conocimientos especializados en las diversas disciplinas que abordan el cambio social (antropología, pedagogía, política, economía, sociología, psicología, etc.); tener experiencia en metodologías de investigación, planificación y ejecución de proyectos y conocimientos en tecnologías de la comunicación. Deberá, finalmente, promover el uso de fórmulas innovadoras de comunicación educativa, así como nuevas estrategias culturales, lenguajes, metodologías, etc., para el campo de las organizaciones y los colectivos civiles comprometidos con el desarrollo.
La utopía de la educomunicación como derecho de todos alcanzado mediante las políticas públicas. Educomunicación como el conjunto de las acciones de carácter multidisciplinar inherentes a la planificación, ejecución y evaluación de procesos destinados a la creación y el desarrollo –en determinado contexto educativo– de ecosistemas comunicativos abiertos y dialógicos, favorecedores del aprendizaje colaborativo a partir del ejercicio de la libertad de expresión, mediante el acceso y la inserción crítica y autónoma de los sujetos y sus comunidades en la sociedad de la comunicación, teniendo como meta la práctica ciudadana en todos los campos de la intervención humana en la realidad social.
La identificación con la educomunicación, que presupone la búsqueda de igualdad, participación y democracia en las relaciones, constituye un objetivo ideal internalizado por parte de cada educador y de todo el equipo. En este sentido, las desigualdades jerárquicas propias de la institución se evidencian como un desafío a ser considerado.
Otro signo de esperanza es representado por el recorrido de diálogos con las instituciones interesadas en hacer sus propios caminos en el nuevo campo, construyendolos. No solamente organizaciones no gubernamentales, como las que constituyen la Red CEP, con sus programas articulados en torno a la expresividad mediática de sus asistidos, sino también el poder público que manifiesta interés por el nuevo campo. Más que favorecer la accesibilidad y el entrenamiento para el uso de los recursos de la información (como el celular en cuanto instrumento para obtener imágenes y editarlas en pequeñas y sencillas producciones), a los responsables por el programa les interesa el reconocimiento por parte de educadores y educandos de la importancia del diálogo creativo como metodología de la educación básica.
Lo que sí se confirma, es que la utopía propuesta por Jorge Huergo de caminar en dirección hacia una determinada autonomía que posibilite instituir un campo para la palabra, una palabra que libere el flujo de las representaciones y pronuncie un mundo que no se apoya en ninguna re-representación dada, sino que en un sueño común permanece como razón suficiente para continuar persiguiendo la meta de un espacio colectivo de intercambio en la relación comunicación-educación.
e d u c @ u p n . m x
R e v i s t a u n i v e r s i t a r i a
“Tejiendo redes para compartir el mundo”
CAMINOS DE LA EDUCOMUNICACIÓN:
UTOPÍAS, CONFRONTACIONES, RECONOCIMIENTOS.
Ismar de Oliveira Soares.
Pags. 61-73.
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